La fragilidad está vista como algo negativo, no creo que lo sea, pero para muchos es así. Incluso se bromea adjudicándose como algo propio de los jóvenes, llamándolos la generación de cristal. Pero la fragilidad no es algo espontáneo que sea nuevo en la historia. Aunque ahora se nos muestra el ideal de la persona como alguien fuerte, que puede soportarlo todo, ya muchos años atrás Homero presenta a Ulises, en la Odisea, como un personaje que empezaba llorando, un héroe vulnerable. En este artículo, trataremos brevemente cómo podemos responder a la fragilidad de esta generación, desde una educación integral del carácter, que abarque el corazón, la cabeza y la voluntad.
Educar el corazón
El corazón parece ser fácil de llenar, pero difícil de contentar. En la vida de los jóvenes, los sentimientos pueden fluctuar rápidamente, pasando de la euforia al desánimo en poco tiempo. En este escenario, es importante ayudarlos a valorar, tanto las experiencias positivas como las negativas, sin dejarse llevar por el desaliento o la frustración. El que un chico reconozca cómo se siente, por más pequeño e inmaduro que sea, lo encamina a que aprenda a conocerse a sí mismo y a no sobredimensionar aquello que percibe en ese momento.
Los ayudamos si reflexionamos junto a ellos sobre sus emociones. Les podemos preguntar: “¿Cómo te sientes?, ¿por qué crees que te sientes así?”. Verse a sí mismos fomenta un autoconocimiento profundo y les ayuda a desarrollar la empatía.
Quizás también, una explicación de la fragilidad que caracteriza a los chicos, es la poca empatía del mundo donde han crecido. Para hacer frente a ello solo aprenderán con el ejemplo; si ven a sus padres atentos y preocupados por los demás, ellos también lo serán. Pero si normalizan la indiferencia que ven en sus grandes modelos ese comportamiento se convertirá en su norma.
Educar la cabeza
El carácter de una persona está profundamente influido por las ideas que rigen su vida. Si los jóvenes no se detienen a reflexionar sobre qué es el bien y a cuestionar las ideas que les presenta la sociedad, su carácter será vulnerable. Educar la cabeza no es aceptar con pasividad las ideas, sino discutirlas, contrastarlas y elaborar opiniones propias que puedan ser aplicadas en su vida diaria.
Es importante que los chicos aprendan a cuestionar sus acciones y pensamientos, no solo por el impacto que pueden tener en los demás, sino también por cómo configuran quienes son.
Recuerdo con simpatía, que durante una clase un alumno no paraba de preguntarme si para mí él era pequeño, en realidad sí lo era a comparación de sus compañeros. Mientras yo quería seguir con el transcurso del tema de la clase, él seguía interrumpiendo para hacerme la misma pregunta. Ante la insistencia, me acerqué a él, lo miré y le dije: “Para mí tú eres Daniel”. Al chico le brillaron los ojos cuando me escuchó, en realidad mi intención era que guardará silencio para que no interrumpiera más la clase, pero mi respuesta lo llenó e hizo que entendiera que él era mucho más que su estatura. Pasa mucho que los chicos son frágiles porque tienden a identificar lo que valen por lo que hacen, o por cómo se ven, y se olviden que valen por quienes son en realidad.
Educar la voluntad
Educar la voluntad es un camino largo y desafiante. No solo se trata de reconocer lo bueno, sino de quererlo. Desde hace mucho, los clásicos nos hablan de las virtudes y las definen como la repetición de hábitos buenos. Aunque concuerdo con esa definición, me inclinó más a compartir que la virtud trata, sobre todo, de disfrutar del bien. Por ejemplo, un alumno puede aprender el valor del orden a través del ejemplo, incluso puede ordenar con frecuencia su escritorio, pero solo se convertirá en una persona ordenada cuando reconozca lo bueno que es en sí misma esa virtud y disfrute ser ordenado.
Es cierto que la voluntad de los jóvenes puede parecer más frágil que la de generaciones anteriores. Las consecuencias de la pandemia, el impacto de la tecnología que invita a la inmediatez y la constante inestabilidad social son factores que quizás, han contribuido a esta fragilidad. Sin embargo, con una educación que integre el corazón, la cabeza y la voluntad podemos formar jóvenes capaces de enfrentar este mundo y transformarlo.
Sebastián Arnillas
Tutor de I de Secundaria