Empezamos un nuevo año escolar envueltos en incertidumbres aún no resueltas como lo hubiésemos querido, pero sí con una mayor experiencia para manejarnos en esta virtualidad a la que nos obligan las circunstancias. Aun así, estos tiempos nos pueden llevar a caer en cierto pesimismo que en nada nos ayudará a enfrentar los actuales retos.
Hace poco recordaba un conocido cuento indio que narra la historia de un aguador que iba todos los días a recoger agua de un pozo para luego venderla en el mercado del pueblo. Al no tener animal de carga, se valía de un par de vasijas que, amarradas a cada uno de los extremos de un palo, se las ponía sobre los hombros para así cumplir con su labor.
Una de las vasijas era algo antigua y estaba agrietada, por lo que al regresar el aguador con la carga del día siempre dejaba caer parte de su contenido a lo largo del camino. No se sentía bien consigo misma y consideraba que realizaba un mal trabajo. En cambio, la otra era una vasija nueva y cumplía a la perfección con llevar al mercado toda el agua con la que había sido llenada. Esto la hacía sentirse muy orgullosa y lo presumía.
Un buen día, la vasija agrietada no pudo más con su sentimiento de culpa y avergonzada le ofreció disculpas al aguador por no cumplir como debería con su trabajo. Él la escuchó y le pidió que al día siguiente ponga atención al paisaje que estaba al lado del camino por donde ella regresa.
Así sucedió y al llegar al mercado el aguador le preguntó: “¿viste las lindas flores que crecen a tu lado del camino de regreso?”. La vasija le contestó: “Sí, mi señor, pero eso no evita que llegue al mercado con la mitad de la carga”. El aguador le respondió: “Pues mira, si no fuera por el agua que dejas caer por tus grietas, las semillas que dejé por ese lado del camino jamás hubiesen germinado. Esas hermosas flores son del agrado de toda la gente del pueblo y las llevan para adornar sus casas. Yo las llevo para adornar el altar de mi madre y todo eso gracias a ti, que durante todo este tiempo has hecho un gran trabajo”.
La vieja vasija se sintió muy contenta y comprendió que, a pesar sus imperfecciones, podía sacar muchas cosas buenas de sí misma y lo que es mejor, para bien de los demás.
Esta historia suele emplearse para hacer ver a las personas que, a semejanza de la vasija agrietada, muchas veces nos abrumamos por nuestras imperfecciones. Podemos ser nuestros más grandes críticos y no nos damos cuenta de lo bueno que podemos hacer aún con nuestros defectos. Es importante tener en cuenta eso, pero en esta oportunidad quiero detenerme un momento a analizar la actitud del aguador ante esta limitación que le puso el destino para realizar su trabajo.
No dejo de ver en el aguador al maestro que, conociendo muy bien las virtudes y defectos de cada uno de sus alumnos, sabe sacar lo mejor de cada uno de ellos, para así ayudarlos a crecer como personas. Esto es lo propio de una educación personalizada: atender a cada uno en su singularidad. Esta actitud del aguador, podemos decir que optimista, es la que cada profesor mantiene a lo largo de la labor encomendada cada año.
También vemos que el aguador no le saca en cara los defectos a la agrietada vasija y, lejos de lamentarse por su mala fortuna, vio en esa desventura una oportunidad de sacar algo bueno y se puso a trabajar en ello. Nuevamente, la actitud optimista del aguador fue determinante para lograr un bien.
Al iniciar este nuevo año, busquemos, tanto padres como profesores, afrontar con optimismo las circunstancias que nos toca vivir. Muchas veces he escuchado decir que a estas jóvenes generaciones les hace falta vivir una crisis como las que hemos vivido los de nuestra época y así podrán aprender que la vida no es fácil. Pues bien, ya la están viviendo. Y si bien no la enfrentan con las responsabilidades de padres de familia, sí les está afectando en diversos aspectos. Pero lo más importante, es que día a día aprenden tanto de sus padres (en mayor medida) y sus profesores a afrontar las dificultades que la vida pone en su camino. Por ello, asumir con optimismo las circunstancias actuales es casi un deber que tenemos todos los educadores, seamos padres o maestros.
Este año pongamos más atención a esas cosas buenas que podemos tener a pesar de estas circunstancias: tal vez mayor oportunidad para compartir en familia, la posibilidad de ver a nuestros hijos lograr aprendizajes y, cómo no, ahora que tanta falta nos hace el ejemplo de buenas instituciones, celebrar los 70 años de un colegio que a lo largo de los años se ha esforzado siempre por formar buenas personas, es un buen motivo para estar optimistas y alegres. En este año de San José, tengamos presente su ejemplo de optimismo y creatividad para enfrentar las dificultades. A veces son precisamente ellas “las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener”, nos dice el Papa Francisco en su Patris Corde. Miremos el futuro con esperanza y, como dice el dicho, hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores.
¡Feliz 70 años, querido Colegio Santa Margarita, y que sean muchos más!
Prof. Ernesto De la Cruz