Edistio Cámere
Como toda emergencia, la incertidumbre, el temor y el cambio -en cierto modo forzado- de usos y comportamientos, hicieron su aparición sin que medie un horizonte temporal de esperanza. Así las cosas, la escalada del coronavirus jalonó e influenció en toda la dinámica de la sociedad. El ingreso abrupto o disruptivo de la ‘emergencia sanitaria’ sorprendió a las familias, sin tener preparada su casa para adaptarse a esta ‘vuelta al hogar’; y más a aquellas que por razones de distancia y tráfico utilizaban su casa mayormente como ‘dormitorio’; es decir, para descansar y recuperar energías. O a aquellas que, generosamente, querían y podían acoger a los abuelos o que sus espacios habían sido asignados para cubrir otras necesidades.
Curiosamente, los ministros de los sectores productivos apuraban fórmulas y estrategias con el próposito de paliar los daños que podían causar los efectos de la cuarentena e inmovilización social. Sin embargo, en el caso de la educación, el Ministerio respectivo optó por enfrentar a los padres de familia con las escuelas, incluso las públicas, determinando que la principal solución a la pandemia era la reducción de las pensiones escolares.
La perspectiva del Ministerio de Educación y sus adláteres, me hizo recordar a una fábula hindú que explica el sentido de su normativa. En cierta ocasión, seis personas ciegas tuvieron la oportunidad de tocar un elefante. Al retornar a su pueblo, les preguntaron: “¿Cómo es un elefante?”. El primero, que tocó el pecho, respondió: “El elefante es como un enorme y fuerte muro”. El segundo hombre, que cogió el colmillo, afirmó: “El elefante es pequeño y robusto, suave al tacto y con una extremo afilado, más parecido a una lanza que a un muro”. El tercero, que palpó la oreja, apuntó: “El elefante es como una enorme hoja hecha de lana que se dobla con el viento”. El siguiente, que puso su mano sobre la trompa, dijo: “Yo les aseguro que el elefante es como una serpiente gigante”. El quinto hombre, que había tocado una de las piernas, respondió: “El elefante es como una especie de poste corto y grueso”. Finalmente, quien había montado al elefante por algunos minutos, dijo resuelto: “¡El animal es como una montaña movediza!” (Fuente: Todomail).
La moraleja es simple: Para calificar, evaluar o decidir acerca de una situación o persona, es preciso observar el paisaje completo: la atención y la combinación de las partes le da consistencia e integridad a la percepción y al juicio. Por tanto, esta mirada estatal ha afectado –y, en algunos casos, roto- la confianza mutua entre quienes complementariamente por vocación, educan y forman futuras generaciones, como son las familias y las instituciones educativas.
También ha minimizado la historia, el prestigio, los logros académicos de los alumnos y el saber de los docentes: en estos dos meses desde el inicio del año académico, a la escuela se le percibe y aprecia como ‘operador tecnológico’, cuando lo suyo es la educación.
Superposición de actividades en el hogar
Un efecto muy visible de la cuarentena ha sido la vuelta al hogar, no en sentido afectivo sino en el sentido de ‘permanecer y estar’ intensamente en casa. En la mayoría de casos, sin tener preparado el ambiente para esta ‘vuelta al hogar’ y su conversión en el lugar donde desplegarían simultáneamente la vida laboral, de estudio, recreativa, de tareas del hogar, etc. La simultaneidad, sin duda, ha generado una especie de nudo gordiano que hasta ahora cuesta desatar, pero no por falta de capacidad o buena voluntad sino porque la persona requiere, normalmente, de distintos espacios y ámbitos en los que desarrollarse y extender sus posibilidades y virtualidades. Al mismo tiempo, cada ámbito tiene definidas ciertas funciones, deberes y responsabilidades a cumplir.
La persona, “tanto desde el punto de vista antropológico como social, necesita de situaciones y contextos que le permitan actuar y relacionarse con otros ejercitando su libertad” (Bernal, 2005, p. 172). Así, mientras los adultos están centrados febrilmente en los afanes que el día a día impone, detrás marchan los niños, chicos inquietos, prontos al juego, despreocupados y metidos de lleno en las cosas propias de su edad. ¡Qué diferentes son las dimensiones de las cosas que ocupan a los niños y a los padres!
En suma, sin colegios que acojan a sus hijos, los padres han tenido que lidiar con las consecuencias de los cambios abruptos en los usos y estilos de vida personal y familiar. El estremecimiento ha sido fuerte. Esta situación, qué duda cabe, agravada por inapropiada acción del Ministerio de Educación, ha colaborado para que algunas personas o grupos exacerben sentimientos de verdadera frustración y enfrentamiento.
Aprendizajes en casa
Un alto costo de la cuarentena ha sido la permanencia impuesta a un niño o joven cuando, por razones evolutivas, los suyo es crecer, socializar y jugar con su grupo de pares, tanto en el ámbito escolar como en el familiar, social y amical. La variedad de espacios en los que se desenvuelven, contribuyen a que el niño o el joven aprenda a estar con solvencia; es decir, aportando y asumiendo los compromisos que generan los ambientes. En la familia puede, por ejemplo, proteger y cultivar el estilo y los valores que los padres quieren imprimir.
Sin embargo, como no hay alternativa, conviene también mirar cuáles pueden ser las posibilidades que la situación ofrece. La primera da cuenta de la ocasión brindada para reaprender a ‘saber estar’ y ‘mirar el hogar’ con aquella mirada en la que el corazón hace un recorrido desde el interior para posarse en la pupila para tomar contacto directo con las supremas realidades sobre las que reposa toda la existencia humana: la vida (la persona) y el amor[1].
Estos días, en apariencia iguales, enseñan a mirar las cosas con otros ojos: apreciar aspectos desantendidos o atenderlos con la intención de comprenderlos en su real dimensión. Así, en esta especie de volver a casa, en frase feliz de Rafael Alvira, se descubre que el amor -verbo majestuoso y grandilocuente en boca de poetas, literatos y filósofos- prefiere, sin perder un ápice de su categoría, mostrarse y expresarse en la trama de la vida cotidiana, con signos tan sencillos pero arrebatadores como una sonrisa, un beso, un abrazo, la atenta escucha, un espaldarazo ante una difícil decisión.
Estos meses -al eliminarse las salidas- en los hogares, las fronteras entre los diversos ámbitos y actividades se han diluido. Frente a la pantalla, el joven es un alumno, pero los padres no son profesores; cuando estos cumplen con las obligaciones laborales, las risas, el movimiento febril, dan noticia de la presencia de los hijos, comportamiento lejano al esperado de un colega o compañero de trabajo. Cuando la madre y el hijo se encuentran en una relación maternofilial, el timbre del celular reclama atención. A pesar de la superposición de lugares, las relaciones familiares: paternales, fraternales, filiales y conyugales, continúan activas e intensas.
Para los padres, se han ampliado las posibilidades educativas en casa; por ejemplo, cuesta establecer el arco del tiempo libre necesario para descansar, para saber estar juntos. Las actividades laborales, de estudio, sociales, etc. en tiempos normales, se despliegan en otros espacios de manera que, al filo de la jornada, al regresar a casa se abre el ‘tiempo libre’ y el ‘estar en familia’. Hasta hace poco, al regresar de la escuela, el estudio, el aseo, el descanso, ocupaban buena parte del tiempo del hijo. Hoy, los padres tienen que remontar el aburrimiento, ‘el costo de hacerse un horario propio’, el aprender a hacer actividades caseras, hobbies, cultivar lo cultural, lo artístico, retomar la comunicación virtual con los amigos…
La casa es un espacio que acoge, protege y da seguridad a los miembros de la familia. Por ello, un modo para que nuestro hijo valore el ‘recinto hogareño’ es responsabilizándolo del cuidado y mantenimiento de su ‘rincón privado’ y procurar que, con generosidad, participe en la organización y tareas de las actividades familiares que se programen. La colaboración en el hogar, además que perfila destrezas y cualidades, es una manifestación de afecto porque busca hacer más agradable la estancia en casa de las personas con las que se conviven en la familia.
Por último, promover la conversación ayuda a que el niño o joven desarrolle su inteligencia, aprenda a expresarse y manifestar sus sentimientos en un ambiente de respeto y acogida. También, que ejercite su iniciativa, autonomía y toma de decisiones. El hogar, bajo la supervisión de los padres, constituye un espacio pródigo en oportunidades y alternativas para que a los hijos, desde pequeños, se les estimule a que se hagan cargo de su vida como una tarea y sean autores de su propia biografía.
[1] Pieper, Joseph, Teoría de la Fiesta, Ed. Rialp, Madrid, 1974, p. 16.