El hogar, ámbito irreemplazable para educar

El hogar, ámbito irreemplazable para educar

Cuando se forma y da inicio a una familia, es común que la preocupación y pensamientos de los nuevos padres se centre en el futuro de lo que será su deseada prole. A quién se parecerán, cómo serán en carácter y personalidad, qué aspiraciones tendrán, cómo enfrentarán las dificultades propias de la vida y un sinnúmero de ideas que podrían no tener límites de imaginación y comprensible inquietud. Rápidamente pueden salir a luz las figuras familiares, especialmente las más cercanas (abuelos, tíos, primos), como los antecedentes premonitorios de lo que podría suceder.

Sin embargo, y si bien la carga genética hace lo suyo en la conformación personal, toda la información y modelos que reciba el niño en su entorno más inmediato y relevante, como es su hogar, con papá y mamá, serán el cuño que le imprima un presente en su inicial formación y que se transformará posteriormente en lo que será en un futuro. Es decir, todo lo que vea y viva a su alrededor como gestos, palabras, actitudes y reacciones, serán el molde ineludible sobre el que modelará su ser personal. 

Son los padres quienes, quieran o no, marcarán en gran medida el rumbo de lo que serán sus hijos, de la forma cómo interpreten la vida y participen de ella, de su modo de relacionarse con el prójimo y de cuán valioso consideren el respeto como eje central de las relaciones humanas. Cuántas veces hemos escuchado decir, con total acierto e inmortal vigencia, que un ejemplo cala más en una persona, que cientos de palabras lanzadas al oído. Y es que la ‘música’ de una frase, el ‘ritmo’ de unas palabras o la ‘melodía’ de algunas sentencias, pueden generar expectativas e ilusiones, pero no necesariamente ir más allá del simple momento en que se escuchan. En cambio, la actitud de vida, la coherencia en el actuar y la solidez en el comportamiento de los cónyuges, se imprimen en el hijo con tinta indeleble, muy difícil de borrar.

Educar es un acto de verdadero amor, de querer -desde lo más profundo de uno- lo mejor para el ‘otro’; pero este suceso contiene una serie de elementos que tienen características propias, dependiendo que quién lo lleve a cabo. En el caso de los padres, se parte del amor filial que acepta la unión de dos personas y genera vida. Asimismo, la naturaleza misma de la procreación y el sentido de supervivencia nos proyecta en el tiempo a través de los hijos, lo que se convierte en una invitación natural para querer lo mejor para ellos. Por eso, mientras mejor formados estemos en nuestra labor de padres, tendremos mejores y mayores herramientas entre manos para poder dirigir un hogar adecuado para la buena crianza, educación y formación de los hijos.

Y viene también, a los pocos años de estrenarse como padres, una ansiedad que suele acompañarlos cuando los bebes empiezan a crecer y se convierten en niños: elegir el nido y la escuela. Cabe en este momento reflexionar sobre el rol que juegan estas instituciones en apoyo a la familia y de aquello que no les corresponde. Si bien complementan la formación de un infante, al ser una ayuda calificada, se puede pensar que son como máquinas del tiempo en donde entra el niño y como por arte de magia, debe salir listo para la vida: educado, respetuoso, con valores… Y no necesariamente es así.  En ellas se puede fomentar la sana convivencia, el respeto, los hábitos de vida, motivar la preparación académica, las técnicas de estudio y las habilidades cognitivas. Pero nada reemplaza el valor que significa y representa el hogar y los padres como fuente primaria de educación y formación de la persona. Como lo advierte Leonardo Polo en unas breves palabras, “la educación del hijo es familiar, (pero) ante todo le corresponde a los padres” (Polo, L. (2006), Ayudar a crecer, Rialp, Madrid).


Javier Dextre
Subdirección de Familia